Un viaje sin retorno
Querida familia a la que dejé atrás:
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Lo primero decir que os echo de menos. Sé que a estas alturas, después de tres años sin escribiros, debéis de odiarme. Pero, debo decir que ha sido mejor así y que, de no haberme enterado de la noticia que voy a daros, en este momento tampoco os estaría escribiendo. Sé que vosotras sí me escribíais, cada cumpleaños y días del padre recibía vuestras cartas del año anterior (ya sabéis que aquí las cosas tardas mucho en ser entregadas). No las había abierto hasta hoy, el día que todo se ha venido abajo, el más triste desde que tengo memoria.
Felicidades por todos los cumpleaños, aniversarios, Navidades,... Hija, he visto en las fotos que venían con las cartas, cómo has crecido en estos tres años, aunque siempre serás mi pequeña y lo sabes. Quiero deciros también que estos orgulloso de las dos y que os quiero con todo mi corazón. Por este motivo no os he escrito hasta hoy, precisamente porque os quiero y con una carta solo hubiera conseguido haceros daño, y tal vez, en parte, porque soy un poco egoísta y no quería sufrir yo escribiendo.
Sé que queréis saber la noticia que me ha hacho escribiros esta carta, pero, necesito alargar lo máximo posible el tiempo antes de contarla porque, en el fondo, ni yo me la creo aún. Así que, primero, os haré un resumen de lo ocurrido durante estos tres años.
Cuando llegamos, tras ocho meses de viaje por el espacio en los que, afortunadamente, no hubo ningún percance, todos estábamos emocionados. Éramos los primeros humanos en pisar Marte, no os imagináis la sensación de poder que esto nos produjo. Era todo tan surrealista, parecía sacado de alguna película de ciencia-ficción de esas que solíamos ver los domingos y que siempre acababan en una pelea de cosquillas.
Los primero meses fueron los más duros, pero también los mas productivos en cuanto a avances y descubrimientos. En mi "apartamento", si así se le puede llamar, convivimos cuatro personas: una mujer llamada Leen, de Pekín; un hombre llamado Hassam, de Marruecos; otra mujer llamada Lucy, de América y yo. La verdad que, con la variedad de idiomas, las primeras semanas la conversación no era muy fluida. Nos enseñaron a utilizar la maquinaria necesario para producir nuestro alimento. También descubrimos lugares de donde era posible extraer agua y así pudimos salir adelante con los pocos recursos que teníamos.
Fue un trabajo muy duro lo reconozco. Hubo muchas disputas, la mayoría a causa del hambre (ya sabéis cómo me pongo cuando no tengo comida suficiente), pero, a fin de cuentas, conseguimos tener una buena relación.
No hemos descubierto vida extraterrestre, no esa con la que tú, hija mía, con esa imaginación que tienes, soñabas que encontraría. Nada de monstruos azules ( tu color favorito si mal no recuerdo), ni con tres cabezas como en tus cuentos. Lo que sí hemos descubierto son pequeños organismo que, quien sabe, en un futuro podrían ser eso que tanto imaginabas.
En estos tres años, he descubierto capacidades que no sabía que tenía. Ha sido un gran esfuerzo y, aunque por un lado me arrepiento, por otro desearía haberos hecho caso cuando me dijisteis que no me fuera, que podría contribuir a la investigación desde la Tierra. Desearía, sí, pero ya no puedo hacerlo. Y no puedo cumplir ese deseo. No puedo volver.
Me lo han comunicado esta mañana, cuando les pregunté por mi hora de regresar. Me han dicho toda la verdad, esa que no me contaron cuando me animaron a irme a Marte. No puedo volver por la sencilla razón de que me estoy muriendo.
Sí, sé que es duro, pero yo ya he aceptado mi destino, al fin y al cabo son consecuencias de mis actos. Os explicaré porqué, de una forma resumida para que lo entendáis.
Al parecer, la atmósfera de Marte no protege como la de nuestro planeta, por lo que los rayos solares afectan muchísimo más. Me estoy consumiendo a pasos agigantados, y no lo he notado hasta el día de hoy. Siempre he pensado que mi malestar era causa del cansancio. Pero no, mis huesos están débiles, mis órganos fallan y mi cerebro y corazón pronto lo harán, mucho antes del momento en el que esteis leyendo esta carta. Y lo siento, siento haber sido un ingenuo y no haberme informado lo suficiente, siento haberme dejado engañar y haber caído en esta trampa. Creí que todo iba a ser más fácil, que volvería a la Tierra como un héroe u que estaría de nuevo con vosotras.
Creo que ya está todo dicho y, como no quiero alargar mi sufrimiento, ni el vuestro, ha llegado el momento de despedirme.
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Por favor, continuad vuestras vidas como lo habéis hecho hasta ahora. Sed felices, por mí, por vosotras. Sois la mejor familia que un hombre puede soñar. Pequeña, crece sana y fuerte, que yo estaré orgulloso de ti desde donde esté y seré feliz si tu lo eres. Vive, ríe y disfruta de la vida por todo lo que yo no he podido vivir. Y a ti, a la mujer con la que me casé y a la que quiero más que a mí mismo te digo que sé que podréis salir adelante y que cuides de nuestra pequeña.
Os quiero y estaré siempre con vosotras,
PAPÁ.
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